Seguramente, la mayoría salió de sus casas con sonrisas dibujadas en los rostros. Pero la caída del puente se las borró y las terminó convirtiendo en muecas de bronca.
"¡Te voy a matar!", gritó Sergio. La paciencia de este hombre se terminó de esfumar cuando el conductor de una camioneta se quiso colar en la caravana cuando los policías reanudaron el tránsito. Su esposa e hijos trataban de calmarlo, pero la desafiante mirada del que había hecho la "picardía" lo indignaba aún más y no pasó mucho tiempo antes de que las piñas empiecen a volar entre uno y otro. Los policías intentaron detener la pelea, pero no pudieron. Hasta se llegó a culpar a la prensa por el incidente. "¡Eh, periodista de LA GACETA, qué carajo pasa; dejános pasar!", le gritó un camionero al cronista. Y los alaridos se empezaron a suceder al ritmo de los bocinazos.
"Al desastre lo ocasionó la naturaleza, obvio, pero también la incompetencia del Gobierno. Porque esto se podría haber solucionado si colgaban un puente Bailey, que no lleva más de seis horas. Pero aparentemente no se quiso gastar plata", se quejó Elsa Gladis Biliena, de Buenos Aires.
Quienes sumergieron su pena en latas de cerveza culparon a la Presidenta. "Que nos manden un helicóptero", bromeó Adelina López, miembro de la etnia kolla, que viajaba rumbo a Iruya, Salta. "Llegamos tarde a nuestro carnaval. No nos quedó otra que coquear y tomar cervezas", agregó la mujer de mala gana.